Esto no es un cuento chino, por Álvaro Liu


Al comienzo, querría advertir a los lectores que este no es “un” cuento, sino muchos cuentos, entrelazados entre sí. Generalmente hay un orden cronométrico de los sucesos, pero este orden es más bien almanaquero que narrativo. En cada sección, los personajes se remontan a la profundidad de memorias, emociones, eventos históricos que tienen su propio hilo. Son estos que escriben a los dos amigos, y provocan a que ellos movilicen. El argumento sigue este hilo en el segundo plano. Queda siempre suspendida la verdad absoluta, y nunca se sabría lo que había pasado a nuestros protagonistas en el capítulo anterior sin terminar de leer el siguiente. Es decir, estaremos los lectores atrasados, no sabiéndonos más que cada uno de los dos enfrente de su contraparte. El entendimiento sólo se lograría con mirada retrospectiva. Aunque es una lástima que la red nostálgica no retiene al flujo de la corriente de vida, tan objetiva como la cosa, o causa, implacable; los “mandatos”, así los llamamos, son para denominar al anhelo e ímpetu del humano que tiene de cabalgar en aquella corriente, ser empujado y arrastrado por ella a un destino que la propia voluntad también participe. Digo “cabalgar”, es poner la corriente en el lugar de caballo, que tanto puede ser un hermano como un asesino, depende de cómo el humano se vincula a él. Desde luego, en budismo, todas las acciones se generan por el karma. La salida siempre se tiene a través del otro. Todos necesitamos de este otro. A veces, servimos del otro para los otros, cómo Magda para Camilo; y a veces nos servimos del otro recíprocamente, como entre Camilo y José. Algo sabio dice éste último en el capítulo X: “Que un viaje comenzaba siendo imaginado...”. No lo había dicho por lo que quiero citar aquí, pero las palabras literalmente tienen mucha razón, porque no faltan ejemplos de que la imaginación redime a la gente. Puede decir que la imaginación es el primer paso de salida.


Fue hace tres años, durante la pandemia, cuando leí la primera edición de esta novela. La cual parecía más revolucionaria, con más indignación, pero no tan acabada como esta segunda versión, con bastantes modificaciones y agregaciones. Una vez Mario, el autor, me recomendó una canción, Mandolín de Gustavo Peña, donde dice “la primera es la verdadera... la segunda que no te confunda”. Bueno, para literatura es distinta, porque el texto tiene su propio espíritu de cómo cumplirse, lejos de lo que pueda imaginar al principio el creador. Me gustaba lo que estaba, y me gusta lo que está ahora. El mundo tiene que tener salida. Parece que el autor también logró una salida entre todos esos cuentos que merecen rememorarse. Algo recordado, algo condolido y prescindido. Lo que no ha cambiado y resulta ser la naturaleza del texto es que lleva un estilo sobrio pero no sin pensamientos filosóficos y emociones hondas, igual que la poesía gauchesca, con que los payadores declaran su aforismo al lado del fogón, o al lado de la vida. 


¡Mirá vos! En ambos sentidos, ya lo leí dos veces. Nosotros chinos no somos chamulleros, y según mi lectura y observación desde China, esta novela no es un cuento chino, es en todos los sentidos verdadero, bien argentino y cien por cien entrerriano. A través de su lectura, lograrán salvar y aliviar lo pasado, lo vivido, lo cantado y lo sufrido. La salida se formará por sí cuando se hubiera condolido debidamente lo desvanecido. En contrariedad con lo de allá, acá China contemporánea es un país que olvida de todo… Por lo que no conseguimos una vía de digestión de tantos sucesos y experiencias, que se multiplican rápidamente sin reposo ni recuerdo. Entonces, exactamente como se dice en la novela, “Algo que parecía tan lejano para uno, era cercano para el otro”, esta obra me recuerda de un nuestro comienzo de siglo, unos “mandatos” itinerarios de versión Catay, y de mis recuerdos lejanos y cercanos, ni siquiera fueron escritos por nadie. Me ha salvado todo lo de allá, antípoda, otra demostración de la valiosa otredad. Ya llega mi turno. Espero que estas palabras sueltas y la mirada mía les funcionen y ocupen un cuadro de rayuela para que los lectores allá lo atraviesen y finalmente salten al libro mismo.


El fratricidio entre Caín y Abel perduraría, con los dos transfigurados en monstruos maquillados con dólares o yuanes, en arena de agroindustria o minería, seguidos por nómadas, piratas o sedentarios. Frente a este escenario belicoso, se me suena de nuevo la estrofa resonante de Martín Fierro, “Los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera;/ tengan unión verdadera/ en cualquier tiempo que sea,/ porque si entre ellos pelean/ los devoran los de afuera.” Al fin de la historia, cada uno de los dos protagonistas va en su propio camino, la unión queda un eslabón por articularse. Mientras tanto, en la tierra litoral, los hermanos serán unidos por literatura y lectores.