Las vacaciones de los escritores

 

André Gide en la expedición de la cual luego saldría un libro.
 
Fuente (Marc Allégret, Médiathèque de l'Architecture et du Patrimoine).


En su libro “Mitologías”, Roland Barthes (1915-1980) analiza situaciones en el contexto general del trabajo contemporáneo, algunos mitos modernos que tienen un efecto de inmediato, pues “el mito” comparte con “el habla” el mundo del signo, los significados y lo significante. El mito y el habla tienen un sistema de comunicación propio: el mensaje.

El mito es menos una mentira que una confesión, y no es ninguna de las dos en tanto que mito: es una inflexión que nos viene a motivar para reflexionar y ensayar comprender temas también del “habla despolitizada”, por ejemplo, como hacer el bistec y las papas fritas, o sobre el mito en la izquierda y en la derecha, o sobre la burguesía como sociedad anónima, algunos de los tópicos que propone el francés; mismo así si el mito no pueda juzgarse simplemente por su falsedad o veracidad.  

Sin embargo, en esta oportunidad quisiera que retomemos el texto titulado “El escritor en vacaciones” es de suponer que ese era el título original de la revista “Le Fígaro”, citado como la nota periodística desde la que él parte su análisis. La foto muestra a André Gide (1869-1951), escritor francés, en su viaje por el Congo; está leyendo Bossuet, por lo tanto, ergo, el trabajo del escritor, en primer lugar, es con la lectura. Al respecto, muchos de éstos, quienes hayan leído el Genesis como hecho real o ficcional, incluso quienes no lo hayan leído, Borges entre ellos, lo afirman. De hecho, al respecto de la opinión de un escritor, Borges dijo que no importaba. En conjunción, agregaría que lo que importa es el sentimiento que ella genera, la acción que despierta, el gesto que oculta, todo eso es lo verdadero que alberga una opinión.

 

Falso trabajador, también es falso vacacionista

En principio, la crítica de Barthes advierte que esa es “la idea que la burguesía se hace de los escritores”, y que, al mismo tiempo, intenta mostrar “la amplitud de espíritu para reconocer que también los escritores son gentes que comúnmente se toman vacaciones”. En consecuencia, interpreto que Barthes utiliza un tono irónico, pues, por el contrario, los escritores raramente tienen convenios colectivos y vacaciones pagas. Mas bien, comprendo que un verdadero escritor estaría próximo a de decir que la idea de la “vacaciones pagas”, sin desconocer que es una conquista de los asalariados organizados, se recicla como una medida para sostener el traspaso de dinero de un sector al otro. Esto es, mediante el consumo hay una “reproducción”, en el tiempo llamado de ocio, de la estructura económica predominante. Es como el alquiler: un traspaso de dinero de un sector a otro. En fin, como dice Barthes, luego de las escolares, siguieron las licencias pagadas.

Si bien es importante lo que dice Barthes sobre estas “bien agradables” vacaciones, quisiera hacer notar que también es importante lo que queda del escritor al volver. Witold Gombrowicz (1904-1969) directamente iba más lejos y decía que hay “veces (que) me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedara de ellos entonces” (Sequitur, 2006, p. 11). En mi caso, por ejemplo, fui a perderme en el laberinto de Lisboa para vérmelas con Pessoa, que es como vértelas con una resaca de personajes. Pues, eso que puede parecer una metáfora horrible o anecdótica para Pessoa, no será exacto pero sí odioso. Pessoa es un mito en Lisboa, ya verán.

Recuerdo que saliendo de su Casa Museo, fui hasta dos Prazeres, como decía la información que me habían brindado, pero me dijeron que allí no estaba, que estaba en la casa, ¡desde donde había venido!. Allí comprendí que Pessoa anda por las calles de Lisboa. De tanto andar, llegué a la estatua de “Fernando”, como le dicen sus compatriotas. Al acercarme y quedarme mirándole, una persona que pasó por mi lado confesó “não lei poja nenhuma dele, mas sim de Alberto Caeiro”, uno de sus heterónimos.

 

Cultura afirmativa

A esta altura pensaran que todo es mito; no, según Barthes “existe un lenguaje que no es mítico: el lenguaje del hombre productor”, agregando a lo ya dicho: “el lenguaje político me presenta la naturaleza solo en la medida que quiero transformarla, es una lenguaje en el cual yo actuó el objeto”… por eso es importantes escuchar atentamente lo que se dice, en tanto que el lenguaje es acto, y, sobre todo, ser más consecuentes con ello, pues el habla trae consecuencias que pueden ser dañinas para la sociedad de la cual somos parte, participes y artífices.

Para concluir, me aventuro a destacar que hay un diálogo oculto entre R. Barthes y H. Marcuse (1898-1979), entendiendo que Barthes trata de prevenirnos a los lectores de eso que otrora Marcuse llamó “la cultura afirmativa”; en consecuencia, esa que “libra a las “relaciones externas” de las responsabilidades del destino hombre de esa manera estabiliza la injusticia” (Sur, 1968, p. 69). Esto es, la fotografía de la que Barthes comienza su análisis afirma que en adelante ese hecho puede concernir a los escritores. Y aclara, por supuesto, que esa “proletarización del escritor es acordada con parsimonia [] frente al lugar prestigioso que la sociedad burguesa concede con liberalidad a sus hombre de espíritu (siempre que sean inofensivos)”.

En síntesis, vuelvo, volví. Miro por la ventana y unos albañiles refaccionan una casa. Dan martillazos precisos —en momentos como este, pienso que hay quienes toman la palabra y dan martillazos al aire porque no saber para qué la tienen; como muchos pasan caminando sin siquiera percibir que debajo hay ríos subterráneos. Lo importante es saber volver y reconocerse, sabiendo que las cosas cambian. Verse como en una foto tomada el día anterior, sentado en un banco, y corroborar que era en ese banco y no en el de al lado, por el simple gesto de agrandar el universo. Recordar verme visto por una señora que mira por la ventana, y que me invita entrar. Recordar si se quiera algo que fue escribiéndose en la cabeza, como un trazo en movimiento, trazo en ruta. Darse cuenta de que hay veces que pensamos en renunciar a todo, para inmediatamente dar con la cuenta de que no se resigna a nada. Quizás esa sea la representación del adentro y del afuera. Por fuera, el que hace el tiempo para volver a encontrarse con el de adentro que anhela lo que hace.