Carta al niño de la fotografía y una postal

1998, Luis Villagra, su hijo, y Luis Maldone, reconocido entrenador del Club Sarmiento.
1998, Luis Alberto Villagra, su hijo, y Luis Maldone,
reconocido entrenador del Club Sarmiento.


Los incrédulos dirán que es casualidad, pero el Dibu ya era tu héroe. Ahora es el héroe de los chicos y de los grandes. Entonces, la pelota, algunas veces hecha con bolsas, de trapos, de globo, es la que conecta tu imaginario con el imaginario de los chicos categoría 1992, que bautizaron a Emiliano Martínez con el apodo de Dibu. Vos jugabas en la categoría ’87 —decir “la misma categoría que Messi” es mucho, pero es verdad.

Aquella noche de diciembre no solamente se daban los trofeos del campeonato local, también los del provincial, ganados ese 1998. Allí, en segundo plano, la copa (que luego se luciría en las vitrinas del Club Atlético Sarmiento, de Villaguay). También, colgando en tu cuello, la medalla para “dar ilusoria persistencia / al recuerdo que vacila”, diría Mastronardi. Lo que no sale en la fotografía es el hecho de que era la tercera temporada consecutiva que clasificaban al “entrerriano”. ¿Recuerdas ese esfuerzo? También te pregunto, y te reirás de mis intenciones, ¿dónde has instalado tu patio de recreo, tu cancha de barro, tu potrero, dónde las enseñanzas?

Gracias al fútbol tuviste consciencia de tu cuerpo. Conoces lo que es tener una lesión, operarte, ir a rehabilitación, y salir para volver a jugar. En paralelo, aprendiste a cómo es ser con los demás, sea para llegar a un buen juego colectivo, para defender un objetivo común, o para representar a tu barrio, tu escuela, tu club, la universidad. No solamente porque integraste planteles con personas memorables, también porque te posibilitó ir de tu barrio hacia otras partes de la ciudad, de la provincia, gracias a los clubes.

Además, aprendiste que la única pelota que se pierde es la que se da por perdida. Luego, técnicamente, puede ser lateral o córner, como técnicamente se puede ganar, empatar o perder. Todo queda allí, en la cancha, y allí se deja todo. Ahora, sabes que en el juego no necesariamente gana el mejor. Pues, como dijo Mallarme, “un golpe de dados nunca abolirá el azar”. Y el fútbol no es la excepción, aunque éste pueda tener más poesía que una ruleta.

Quizás es ese mismo azar el que me trajo hasta Francia, desde donde, días previos a la final del campeonato mundial contra Argentina, escribo estas líneas. Aquí hay trasmisión en la embajada, en los bares y por la televisión pública. Nadie quiere perder la final. Tú sabes lo fantástico que es jugar una de ellas. Pero eso no te hace parte de una “raza del futbol”, de esos que se conforman con llegar. Como dijo nuestro actual capitán, hay que volver a intentar tantas veces se pueda.

Aquel año de la fotografía, 1998, a Arnaldo Calveyra le pidieron que escribiera en torno al mundial, y dijo: “El futbol es un juego que no se aprende. O se aprende mirando. Como los niños ver a los animales hacer el amor en los campos”. No estoy del todo de acuerdo. Por la anomalía de que algunos ya nacen con la pelota dentro, como Messi, que, para Galeano, el balón es parte de sus huesos. También se aprende leyendo, estudiando, pues se está obligado a intervenir, tirarse al suelo, anticipar, y para eso hay que saber medir las consecuencias. Leer los partidos. Y en esto sí estoy de acuerdo con Calveyra. “¡Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, ese partido repetiría el mismo movimiento, la dialéctica, la fricción, la misma lucha en tantas páginas leídas o adivinadas, esta tensión festiva de los mejores textos!”. Entonces, ¿cómo no sentirme así, si ese niño sigue aquí?, con Dibu como su héroe vivo en este Lio.


Una postal



El informativo de la radio, en francés, dice que la selección ya llegó a la Argentina con la copa. Escucho y pienso: las alegrías, como las revoluciones, no se decretan. Ellas son espontaneas, nacen de las entrañas del pueblo. Por eso el domingo, a pesar de los 2° bajo cero, y la lluvia fina y constante, fuimos miles los que salimos a festejar. No solamente sabíamos que nos sumábamos a los millones en el país; queríamos estar allí, abrazarnos con familiares, amigos o desconocidos.

Con la Torre Eiffel de fondo, el Obelisco (egipcio) que simbólicamente habíamos hecho nuestro para sentirnos más próximos a la Avenida 9 de Julio y Corrientes, o de cualquier plaza del país, se vistió de celeste y blanco. Fue un momento magnifico hasta que llegó la policía, y, a las voz de “aquí no hay festejos”, nos arrinconó hasta la boca del Metro más próximo. En la Plaza de la Concordia, la concordia brilló por su ausencia. Pero no así los cantos, las lágrimas de alegría, los gritos de desahogo. Pues, no por azar aquella letra de tango de Discépolo volvió. El cantico “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”, tanto allí como acá, nos ayudó a salir del “desengaño”. La tercera estrella era nuestra.

Espero que este hecho pueda ayudarnos a conjugar memoria y alegría. Porque esta selección sabe lo que es sufrir antes de llegar a una victoria colectiva. Ojalá este triunfo, que arrancó con una derrota, marque un punto cero en una nueva narrativa para el país. “Por lo pibes de Malvinas”, como dice la canción, por los que en otro 19 y 20 de diciembre dejaron la vida pensando en una sociedad mejor. Seamos consciente de que esta manifestación histórica nos enseñó a superar la “grieta” que muchos en todo el arco político pregonan. Ella nos mostró que esa distancia real que se vivió entre el pueblo unido en las calles y toda la dirigencia política, no es tal real. Este suceso es producto de un largo proceso histórico, que llega para coronar y decir: aquí estamos, el pueblo unido. Además, no solamente ganamos como argentinos, esto es parte de un triunfo como sudamericanos. Y, por último, aprendamos también de lo que nos enseñó la final: el juego se abrió por la izquierda, y por allí es preciso avanzar.


Publicaciones originales:

Carta al niño de la fotografía

Una Postal