El hombre con los ojos abiertos

Las iniciales JC que figuran como firma de la siguiente carta, corresponderían a Julia Cortez, exmaestra en la escuela de La Higuera donde el Dr. Ernesto Guevara fue puesto bajo captura en octubre de 1967. Respecto al destinatario formal, según se verificó, los datos corresponden en nombre y fecha. Sin embargo, debido a fallas logísticas para la presente edición no se logró contar con la publicación de la pieza epistolar. La copia del texto original forma parte de los anexos en la investigación inédita titulada Educación Rural en Bolivia (1960-1990), de Ugo Huillca, historiador franco-peruano. Resulta pertinente aclarar que la copia que aparece en el libro de Huillca, y que aquí transcribimos, puede ser una versión no definitiva. Dicha hipótesis se sustenta en las tachaduras encontradas, y que aquí se omiten para dar fluidez a la lectura; se refuerza, además, debido a las alusiones hechas a dos fotografías que no fueron halladas: de una, en el cuerpo del texto, se encontraba su epígrafe; la otra fue mencionada en un paréntesis. Respaldados por especialistas del Museo de la Fotografía, y por motivos estéticos, decidimos añadir dos imágenes fotográficas que, entendemos, grafican los momentos mencionan a continuación.


 


                                                                    NOTA EDITORIAL


 


 


 


 


Sábado, 11 de noviembre de 1989


A la Sra. Elena Jahnsen de Carrasco


en su calidad de directora del El Diario de La Paz:


 


Decir que escuchar nuevamente la voz del Che fue mágico, es honrar la verdad. Ayer, cuando por la radio reconocí su voz, celebrando la caída del muro; él desde su país natal y yo desde el mío, inmediatamente me volvió la voz. Pude volver a hablar.


Ahora, la palabra que encuentro es: asombro. La voz me volvió e invadió mi estado de ailleurs, en donde estaba como pensativa, pero sin saber qué pensar. No salgo del asombro de saber que el pensamiento y la expresión puedan recorrer caminos separados. Para que mi voz se vaya habituando al término y la palabra no se me vuelva ajena, leeré, de a poco, en voz alta, preparándome para retornar al habla. Pues deseo contar. Y no importa si sucedió hace veintidós años atrás.


Él pasó veinticuatro horas justamente en el aula donde yo pasaba clases. Cuando fui muy temprano a conocerlo, a verlo, todavía estaba entre día y noche. A la luz de una vela únicamente, él estaba solo. Yo iba con la curiosidad, pensando que se trataba de un hombre demasiado feo, pero cuando logré ver lo contrario de lo que yo pensaba, me asombré y quedé sin habla. Pese al aspecto tan demacrado, tan sucio, pese a todo ello, todos los rasgos eran sumamente hermosos. Él no dejó de mirarme mientras estaba ahí, entonces me dijeron el Che se ha enamorado. Aquel nueve de octubre, cuando escuché el estallido de un arma, inmediatamente pensé “se trata de él”; pero no era su hora final.


Cuando salí de mi casa, un vecino, que estaba a la sombra de la higuera central del pueblo, me contó: “¿Qué va a pasar conmigo?, gritaba el barbudo”; y es verdad, ¡yo creí escuchar un grito antes del disparo! Pensé, pero no se lo pude decir. Yo escuché una corazonada y dudé si no venía de afuera, y por eso salí. Frente a la escuela, el capitán de los Rengers, Gary Prado, que habían atrapado al Che, estaba enrarecido. Juntos, en una ronda donde también estaban el comandante Aroyoa, con un verde que se mezclaba al horizonte, y el comandante Zenteno, quien había ordenado al soldado Terán que tire; ¡y que tiró!, pero apuntó a no matarlo, y salió casi tartamudeando de la escuelita, dejando caer el arma que prácticamente se perdió en el polvo de la calle. ¡Todos quedamos inmóviles en lo perpetuo del tiempo! También estaba el enviado de la CIA, Félix Rodríguez, que fue el primero que rompió el silencio: “aunque me escupió en la cara, debe ser juzgado”, dijo; él sabía que aquella no era una guerra convencional, que la orden era, en lo posible, no dejar prisioneros. Pero ni modos, no podía faltar a su palabra. El capital Prado, por su parte, contestó dando un golpe de palmas en su cintura: “el problema fundamental aquí era qué hacer con él, no matarlo. Yo le di mi palabra, ¡a usted lo vamos a juzgar!”, y el eco de lo dicho, y de sus pasos firmes hacia el interior de la escuela, bajaron por la callecita que nos une a Vallegrande, valle abajo. El comandante Aroyoa, que venía de allí, y que se había estado preparando con el enviado de los Estados Unidos, el mayor “Papi” Shelton, reflexionando en voz alta, confesó que él también tiene palabra: “a usted lo vamos a llevar a Vallegrande le dije”, palabra por palabra, y salió, a paso cambiado, siguiendo al capital Prado. El enviado de la CIA, Rodríguez, mirando para otro lado, se sacó la boina verde y la apretó entre sus dedos. Con el otro brazo secó su frente, mientras miraba de reojos cómo el comandante Zenteno trataba de calmar al soldado Terán. Finalmente, uno a uno, todos los de la ronda, entraron a mi escuelita. 


 


“¿Qué va a pasar conmigo?”, a 2.160 metros de altura, esa pregunta seguía rebotando entre las montañas y mi cabeza, hasta que el vecino me bajó del pensamiento como quien toma un globo por el hilo (en realidad, el vecino venía siguiendo el conflicto desde Samaipata), y relató: “El soldadito Terán entró y salió diciendo no, yo no lo mato, una y dos veces, hasta que disparó, pero no lo mató”.


Gutiérrez, creo que se llamaba el vecino, me puso al día con lo acontecido: la captura del francés Debray y el argentino Bustos, había puesto el foco de la prensa del mundo en Vallegrande. Gutiérrez —ya verifiqué—, se había enterado de que allí, en La Higuera, un telegrama había llegado dos días atrás, alertando a la comunidad de que las fuerzas armadas bolivianas llegaban con setenta de sus hombres.


 




De izquierda a derecha: rodeando junto con unos anónimos reclutas, Felix Rodríguez. Prisionero, el Che —¡ya tiene el epígrafe de la foto!... claro, si tiene a bien considerar la publicación, aunque sea parcial, de esta carta, yo la autorizo.


 


 


Pareciera también que, al reaparecer la voz, los otros sentidos se tornan estimulados. Ahora que vuelvo a repasar los archivos y me encuentro nuevamente con las fotos, me pregunto ¿qué pensarían los primeros camarógrafos al verlos salir de la escuela? Recuerdo que había una persona registrando el sonido, ¿qué registro suena en esas cintas, qué voces o silencios captó?  El pueblo de Vallegrande entraba en la historia universal con un solo hecho. Los primeros planos de una película que vivió el señor Roberto Guevara de la Serna, hermano del guerrillero, son impensables para mí. El reencuentro con su hermano era cuestión de esperar. Mientras tanto, en diferentes partes del mundo, la captura del Che devenía en portadas de diarios —tengo todos los recortes, aquí y ahora, en mi mesa: 


Le Monde, en Francia, publicó “Bolivie : Che Guevara a été capturé”, mientras las manifestaciones de estudiantes, movimientos sociales y partidos políticos pedían la libertad de los presos. ¡¿Cómo no recordar esos versos de Cortázar?! “mi hermano mostrándome / detrás de la noche / su estrella elegida”. La Stampa, en Turín, titula: “Che Guevara è catturato e ora è previsto il proceso”, mientras los obreros de las fábricas hacían huelgas espontáneas. En Brasil, de las favelas bajaba un ruidazo de cacerolas y chapas, cuando en los taxis se reproducía el titular de O Globo: “Capture a guerrilha Ernesto Che Guevara em Boliva”. Un alemán, recuerdo haber leído, del cual no recuerdo el nombre —ustedes seguramente corroboraran el dato preciso— se preguntaba: “Das Ende der Guerillas in der Welt?, y el fin de las guerrillas en el mundo se volvía una incógnita filosófica; inclusive en Turquía publicaron “Che Guevara, Güney Amerika'daki diğer gerillalarla tutuklandı”, pues, efectivamente, el Che Guevara es detenido con otros guerrilleros en Sudamérica.


 


Pero tengo que decirlo, porque todos ya sabemos lo que pasó en el juicio… ¿lo recuerda? Yo lo recuerdo entrando con sus muletas, peinado y mejorada su barba. Todos los rasgos seguían sumamente hermosos. ¡Qué fidelidad al citar la Historia me Absolverá! Comenzar su alegato así, cuando todos ya sabemos qué papel juega Fidel Castro en todo este conflicto. ¡Y es más! Recuerdo que entre las primeras palabras estuvieron las que componen la frase del 18 Brumario de Marx [se lo trascribo]:


“Señores magistrados, sabemos que la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa. Ahora bien, señores magistrados, entre aquel y este juicio hay una similitud, una continuidad historia, ética y política: de igual modo que Fidel asegura que José Martí es el autor intelectual del 26 de Julio, yo aseguro que Simón Bolivar es el autor intelectual del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. Esta lucha, entonces, señores magistrados, es parte de la lucha de América Latina por su segunda independencia. ¿O acaso se ignora, como ya declaró el comandante del grupo de Rengers, Aroyoa, que el gobierno de los Estados Unidos y su servicio de inteligencia apoyaron logística y militarmente al gobierno militar de Bolivia? ¿Acaso se ignora que fueron otorgados fusiles automáticos que podrían disparar una ráfaga de 30 tiros en un minuto, más granadas y morteros, todo como parte de un combo con entrenamientos militares a cargo del jefe mayor Shelton? Escuche lo que diría Shelton ante la pregunta de un periodista: Había varias personas buscándolo al Che en distintos países, sobre todo en América Latina, el sudeste asiático, y de este modo, dimos con él. No lo encontrábamos porque siempre estaba un paso adelante. Pero aquí creo que se le agotó la suerte. Ahora yo les pregunto, señores magistrados, ¿es que podemos dejar librado el destino de nuestro planeta a la suerte?”.


Discúlpeme si la transcripción se hizo larga, pero más larga es la extensión de todos los folios que componen el descargo esgrimido como prisionero de guerra, que se compone de citas del convenio de Ginebra. ¡Porque aquello fue una guerra!, y si ahorita que puedo hablar, quiero contar qué rol cumplí en esa guerra, por azar y por gracia divina, es porque todos sabemos, además, lo que sucedió después, luego de aquel 17 de noviembre de 1967, jornada en que Regis Debray, Ciro Bustos y Ernesto Guevara fueron sentenciados a la pena máxima de prisión militar; y de la posterior campaña de amnistía internacional lanzada por Jean-Paul Sartre, y que De Gaulle culminaría de negociar, para lograr el asilo político de los tres en Chile. ¡Todos sabemos eso! Sabemos, además, que el gobierno de Salvador Allende no hubiese sido lo mismo sin la presencia del Che. ¡Desactivar el golpe de estado en Chile fue desactivar una metralla de golpes de estados en América Latina! Y creo que, con el tiempo, haber celebrado la 2° Tricontinental en 1971, y las posteriores del ‘76 y ’82 (y ésta, con mayor importancia aún para Argentina, pues fue el puntapié para que tome fuerza su pedido diplomático a Inglaterra por la soberanía sobre las Islas Malvinas —ver la fotografía con Allende). Fue fundamental para que los países de África, Asía y América pudieran consolidad autonomías y descolonización, y no quedar bajo la tutela de Estados Unidos o del Bloque Soviético. Y déjeme agregar, no solamente fue fundamental para neutralizar el intento de golpe ‘73, sino también para contrarrestar rápidamente el accionar de la Alianza Anticomunista Argentina, en 1974. ¡Todos sabemos de esos hechos públicos, y de la importancia del rol del Che para que hoy estemos en presencia de una transición hacia “un nuevo orden mundial”, como dicen! ¡Pero nadie sabe cómo yo recé aquel nueve de octubre para que no lo mataran! ¡Fue gracias al amor de Dios! Él se había enamorado de mí, y yo oré mucho para que no lo mataran, tanto que se cumplió el deseo.


              NE: Apertura de la 2da tricontinental en 1971, Sede Central en Chile.


Un revolucionario debe estar dotada de amor, nos decía el Che, y eso es lo que no lo dejó morir; el amor puesto en mis oraciones aquella noche, luego de regresar de mi vieja escuelita. Yo quedé asombrada y sin habla. Desde el aula donde yo pasaba clases, donde él pasó veinticuatro horas, justamente ahí, desde cuando fui muy temprano a conocerlo, a verlo, que él estaba, reitero, solo. Nunca más lo oí, hasta ayer. Sí, leí sobre él en los diarios, pero escuchar su voz fue volver a mirar al hombre de los ojos abiertos al futuro. Parece hoy cuando nos vimos. No dejó de mirarme, y yo, enmudecida —ahora lo sé—, tampoco. Prontito salí de la escuela me dijeron: “el Che se ha enamorado”, y perdóneme que se lo vuelva a decir, pero es que desde ahí quedé muda, una hora, y pasó el día, y llegó la noche y yo rezando, en silencio y muda. Fue una semana y luego siguieron meses. Seguí muda años y años. ¡Claro que pensaba!, pensaba en los hombrecitos que entregaron su vida para que nuestros países fueran dignos; pensaba en todos los demás países que ahora son más dignos al fin; en los sacrificios de las derrotas y la elegancia de las victorias, pero no hablaba. Muda, pues, hasta que, luego de tantos años, lo volví a escuchar. Su celebración trajo el regresó de mi voz, y con mi voz vinieron las ganas de contar mi papel el 9 de octubre del ‘67.


Ahora que lo pienso, este suceso tiene varios sentidos; para mí, la caída del muro de Berlín fue la caída del silencio; y para el Che, saber que ese balance entre el capitalismo y el socialismo no se utilizó como elementos contrapuestos para sacar de esa competencia determinadas ventajas, y que su batalla intelectual y política contra la Perestroika comienza a tener sus frutos. Ahora, ponerle el nombre a la sociedad nueva —póngasele el nombre que se le ponga—, no es solamente una tarea para mí, sino para todos.


 


JC