Muriaga

Muriaga luce sus canas en el geriátrico,
vistado por "cosito", un bailarín de los corsos.
    Quizás resulta irrisorio decir que las raíces musicales de un sujeto, vienen de una persona que era casi un mendigo, y que murió en un geriátrico, al cual, dicho sea de paso, nunca entré. Lo veía frecuentemente, desde muy chico, hasta que nos dejó en los ‘90.

Muriaga le decían, tocaba en plazas y clubes una especie de xilofón, hecho con botellas de vidrio llenas —es una manera de decir— de agua; pues cada una de estas tenía una cantidad distinta de líquido, cosa de logran un sonido diferente entre una y otra.

Desde chico lo vi, vivía pegado al terreno donde trabajaba mi padre; que dicho sea de paso, hizo el galpón de la empresa donde actualmente trabaja; es decir, ganó su pasaporte. Volviendo a Muriaga, su vejez lo llevó a que se mude al geriátrico municipal.

Una vez allí, siguió, pero con su artefacto musical modificado. Antes lo hacía entre una choza, en la cual dormía, y un árbol de paraíso. Ahora, en el hospital, utilizó dos respaldos de cama de dos plazas, las unió y ató con alambre, les puso una base rectangular con ruedas, para poder llevar su instrumento a donde quisiera. Las botellas, obviamente, estaban colgadas del cuello.

Sin dudas, dicho sea de paso, Muriaga está presente en los inicios de mi gusto por la percusión, por más que eso me provoque risa.