Un globo para mi hermana

Guardo recuerdos de mi infancia, y cuando veo algún niño jugando, estos escapan buscando un patio compartido.
Así pasó mientras esperaba el colectivo. Unos niños llegaban corriendo a jugar al patio de la escuela, detrás de mí. Era un jardín de infantes. Algunos tenían puestos disfraces y otros no; esa diferencia me llamó la atención, y esa imagen se puso frente mí, y con ella el recuerdo de la fiesta de despedida en el jardín de infantes.
Tenía cinco años en el primer día. Lloré; eso sí, un rato, hasta que entramos al aula. Beso y adentro. Tenía la  cabeza rapada. Los pantalones cortos, pero por debajo de la rodilla. Un guardapolvo largo, con pretinas en los puños, todo a cuadros blancos y azules; una corbatita azul, y una bolsita que salió de la misma tela con la que tía Olga hizo todo. 
El último día fue el más lindo, puesto que señorita Nené, como le decían todos, conoció a mi padre por primera vez. Recién en la entrega de fin de año estuvimos todos juntos, pues él nunca me llevó al jardín porque trabajaba en ese horario; en cambio a mi mamá sí, la seño Nene le conocía de las reuniones de madres, más que de padres.
Inmediatamente después de recordar aquellos momentos, acercándome a las rejas que separaban el patio de la escuela y la parada del colectivo donde yo estaba, hablé con el hombre araña. Se estaba divirtiendo. Cuando la señorita observa que el niño vestido como un superhéroes hablaba conmigo, ella corrió hasta donde estábamos y dijo:
¿Quién es usted?, ¿qué hace hablando con los chicos?
Disculpe, no quise molestar. Charlaba con ellos... pero... nada más.
Sí, maldita bastarda, solamente platicábamos. Vete de aquí! —dijo el hombre araña pequeño.
  La maestra no supo que decir, quedó como intentando, y justo sonó el timbre para volver al aula. Mientras los niños salían corriendo, pregunté a la maestra:
¿Por qué algunos niños están disfrazados y otros no?
Porque es así como algunos padres consiguen traer a los chicos a la escuela, de otra forma no pueden.
¿Y el que no tiene un disfraz?
Será porque los padres no pueden comprarlo —dijo y se fue.

Hasta que el colectivo llegase, recordé, a partir de la memoria de una foto, aquel último día en el jardin enanitos. Mí cara no sabía cómo ponerse. Sólo muestro una mueca, no entendiendo bien lo que pasaba. Algo se celebraba y se acababa, mientras mis padres sonrían orgullosos. No había notado que mi madre no tiene aros, anillos, ni collar, tampoco los labios pintados como la seño Nené. En el momento de la entrega de la carpeta, con un pitufo azul en la tapa, también me entregaron un globo. Como mi hermana menor se quedó sin uno, volví corriendo a pedir otro para ella. Con los blogos en las manos, yo quedé mirando el fotógrafo y ella mirando a la seño Nené, descubriendo a quién pronto conocería. Todos posando ante el flash en aquel 27 de noviembre de 1992.