Baño del bar «La Coupole», 102 Boulevard du Montparnasse, 75014 París.
Es 16 de mayo de 2024 y Miguel Ángel Federik[1]
(1951) llega a París. Su arribo forma parte de dos propuestas culturales, una
más bien académica, sobre Jorge Luis Borges, y otra de índole personal: la
presentación de Geografía de la fábula, libro que reúne su poesía, junto
a una película dedicada a su vida y obra.
Durante el trayecto, que une el aeropuerto con la ciudad, por dentro Maf
recordó las veces pasadas por aquí. No decía mucho de ellas, eran casi
cometarios al pasar, pero en ese decir sí surgieron nombres. Algunos de aquella
provincia originaria. Luego, una vez a la mesa y con el pacto que genera la
cobertura de los libros, comenzaron a sumarse cada vez más: Alberdi, Emma de
Cartosio, Alfredo Veiravé, Juan L. Ortiz, Arnaldo Calveyra… ¿Será que uno no
puede renunciar menos a su destino que a su origen?
La lengua, más allá del lugar donde se ha nacido, es menos marca de
origen que elección individual. De allí su destino. La permeabilidad de la
lengua lo permite todo: actualizarse, crear nuevos significados, traer viejos y
olvidados, adoptar extranjerismos, anexar usos del cotidiano al habla formal,
es decir, no se modifica solo en una categoría como los nombres propios. Cuando
una lengua muta, todo un mundo lo hace.
Las fotografías que no salen
Es 17 de mayo y pienso que, si Susan Sontang estuviera en el mismo
cuarto con Maf cambiándose, tendríamos fotografías para un suceso documental.
Se lo dije: «una foto tuya en cuero, con una faja de campo, en la cama al
estilo Onetti, solo ella o Annie Leibovitz la harían bien». Apenas decirlo, recordé
una frase de Monique Tur, esposa de Arnaldo Calveyra, cuando hablaba de
Cortázar y su tiempo juntos: «no pensábamos en las fotos». Yo sí pensé en tomar
algunas, pero no pude sacarlas. Estaba dominado por el pudor.
Momentos después bajábamos del
tercer piso, salíamos del 55 de la rue Clisson y, al poco de andar, ya
estábamos cuesta abajo por la avenida Les Gobelins con destino final en
la Maison de la Recherche de París 3. Antes, al entrar en la Rue
de Valence, pasamos por la casa de la familia Calveyra, en Rue Pascal,
donde vimos desde abajo los ventanales y el balcón. A propósito, Federik
escribió un poema:
LAS
GAVIOTAS NO OLVIDAN
A Mario
Daniel Villagra
¿Escuchas
el Biévre, Arnaldo, lo escuchas?
Este
mediodía con María y Mario hemos mirado
las
cerradas ventanas de tu casa,
aguardando
que las abriera tu sonrisa,
como quien
espera el alba.
Y no se
abrían, pero las gaviotas francesas
jugaban en
el aire y nos alegraban
la callejuela
hacia ese otro jardín,
donde
seguramente tantas veces oíste
las flores
y el aire que te devolvían a Mansilla.
pues las
flores suelen tener en primavera
el diálogo
de los colores de la infancia.
¿Quién
pudiera en París tener un íntimo río
pasando bajo
sus pies, viniendo ya de Entre Ríos
y habiendo
sido fumigador de barcos junto
al Plata?
Las
gaviotas no olvidan Arnaldo, y graznaban
sobre los
tejados y transeúntes de la Rue Pascal
protegiendo
su extinto y divagante reino
de trigo y
aguas y molinos, ya callados,
como si las
sostuviese volando tu palabra.
Pero ¿sabes
una cosa? No supe que estaba triste
hasta que
me pidieron que cantara.
Y no se
iluminaban tus ventanas.
París, primavera del ’24.
Hervé Le Corre.
Miguel Ángel Federik. Graciela Villanueva, Sergio Delgado, Christophe Larrue,
Mario Daniel Villagra.
Imagen: gentileza
de María Miller. Maison de la Recherche.
París 3 de mayo de 2024.
Puntuales llegábamos al lugar del
primer encuentro. Allí Sergio Delgado, asomado por una ventana, nos escuchaba
desde el interior de un aula. Los barrotes entre el marco le daban una apariencia
de preso en la universidad. Apenas se abrieron las puertas, comenzaron a ser
cruzadas con total libertad por numerosos asistentes, la apariencia carcelaria
era simplemente eso: apariencia.
Una vez dentro, Graciela Villanueva y Christophe
Larrue guiaban a la concurrencia en la oralidad borgeana, presente tanto en sus
textos corregidos y editados, como en los manuscritos. Ambos catedráticos lo
hicieron de tal manera, con un talento inventivo y una disposición diagonal para
compartir saberes, que daba gusto nada más escucharlos. A su turno, en ese
clima académico y sin embargo relajado, las anécdotas de Maf con Borges sonaban
vívidas y estimulantes, al punto de volver sensorial el deseo de querer
escuchar más. Llegada la ahora, sonaban redoblados los aplausos.
Esa noche las palabras daban vueltas
por mi cabeza y la emoción de querer escribirlas era tan real que, para poder
dormir, cabía hacerlo. Darles vida y que fueran ellas quienes contaran esta
historia, mi excusa para estar despierto aún.
Tercer día de Maf en París
Fuimos al cementerio de Montparnasse, casi como en una peregrinación,
para cumplir la promesa de «visita» a Joseph Kessel y Arnaldo Calveyra. Por
supuesto, también lo hicimos con la tumba de Agnes Varda, Carlos Fuentes, César
Vallejo, Julio Cortázar y otras tantas que, gracias a sus epitafios, nos llamaban
la atención.
Luego, ya ubicados en una mesa del
mítico «la Coupole» y repasados algunos encuentros célebres en ese bar de la
bohemia de los 40, 50 y 60 del siglo pasado, me animé a preguntar qué le había significado la
«visita» de la tarde: «vuelven a mi recuerdo como si estuvieran vivos».
Día feriado
Lunes de entrevista en las instalaciones de Radio Francia Internacional,
para la emisión del programa conducido por Jordi Batalle. Definitivamente este
ha sido un momento agradable frente a un buen profesional de los medios de
comunicación, al punto de distender y
poner reflexivo a Maf con sus preguntas —tal vez estas notas quisieran ser iguales
a ese registro, pero las palabras no llegan a tener la temperatura casi humana
que gana el medio audiovisual. Aquí es donde me invade un deseo por dejar que todo
muera en el olvido, porque las palabras no alcanzan y, sin embargo, me es
imposible no hacer uso de ellas.
El rencuentro
Ya es junio y el volvernos a ver no ha sido tan distinto. Los poetas necesitan
atenciones especiales, decía Saraví y Maf siempre lo repite: «los poetas pueden
ser las personas más sensibles y las más insensibles». En la casa de Sergio
Delgado esto se reafirmaría.
Si menciono (y recuerdo vívidamente) aquella noche, todavía me siento
igual a un árbol creciendo entre dos tutores. Al escucharlos, memorizar sus
palabras, leer sus obras y gestos, es decir, al tomar el encuentro como un todo,
lo pienso y siento como una experiencia superadora del momento histórico. Se ha
convertido en algo trascendental, casi mítico, a no ser por la palabra, mínimo
vestigio material, que nos ata a este mundo por conocer (y conocernos).
Poco a poco, la conversación trajo consigo otros nombres: Zamarripa,
Santich, Villanueva, ¡siempre Calveyra! Introducido en la conversación, Maf comienza
un agasajo sobre sus últimos encuentros. En su recordar, con muchísimo cariño,
respeto y admiración, Maf hacía hincapié en el gran cuidado de aquel por los
amigos, por la amistad encarnada en ellos, y resaltaba que eso no implica para
nada esconderlos, amezquindarlos, amarretearlos, sino lo contrario.
Esta actitud viene de no olvidar que ese amigo puede devenir en maestro
para todos, que un amigo-maestro es como desear el bien a no importa quién
—ojalá estas líneas puedan resucitar aquellos momentos y que, tomados por otros,
cobren vida propia.
La situación de entrevista
Como sé que no es tu primera
vez en París; en tu documental lo decís: «yo escuchaba esta música en París cuando
tenía veinte años», además de este otro tópico de Heráclito, de que uno no pasa
por el mismo río nunca, porque el río cambia y cambia uno también. ¿Qué
diferencias y similitudes hacés con aquellos viajes y este que estás haciendo
ahora?
—La primera vez vine con Gustavo García Saraví. Estuvimos en el Pont del
Alma, en la Avenida Montaigne, en un hotelito que nos recomendó una chica en el
aeropuerto, porque Gustavo no había pensado absolutamente en nada y ya
estábamos en la sala de embarque. Así que tuvimos que inventar esa llegada, que
además fue un lugar espléndido.
Coincidió que Luis Salvarezza estaba acá. Entonces, con Gustavo en el
hotel que teníamos algunas conversaciones, desayunábamos juntos, después yo me
iba por un lado y él se iba para el otro. Después nos juntábamos con Luis,
salíamos, normalmente recorríamos museos, conversando juntos. Después vino el hijo
de Gustavo García Saraví, «Gusti», que estaba en Roma, estudiando cine,
haciendo cine. Vivíamos en la misma pieza juntos, con lo cual lo que me costaba
diez, pasó a costarme cinco, y me pude quedar otro poco más. Iba a los
comedores estudiantiles, conocí gente de México, de Colombia, hispanohablantes
de todos los colores. Aquello fue una experiencia juvenil, tenía veintisiete,
veintiocho años. Después vine dos o tres noches con María Victoria y luego con
Lucía, que era hacerles de guía por la París turística elemental, educando a
mis hijas. Después seguíamos viaje.
Esta vez es distinto, porque vengo con un programa, vengo a estar una
semana, vengo a estar en un apartamento, a conocer gente y, sobre todo, a sentarme
a una mesa a hablar y leer. Y hacer conocer modestamente lo que hago, lo que
pienso, lo que escribo. Es decir, esto es una experiencia absolutamente
distinta, tan distinta que se podría decir que es la primera vez que yo vengo
absolutamente entero a París. Todas las otras veces venía un tal señor con
pasaporte que pasaba de largo. Esto fue radicalmente distinto, totalmente
distinto.
En la presentación de tu
libro, el escritor español Marcos Eymar preguntó por qué la elección de la
palabra «Fábula» en poesía, cuando ella está más asociada a la narrativa, al
recuento de la historia… ¿Pensás que estas actividades tuyas, tu visita
«entera», puede significar un elemento narrativo en la historia de las letras
entrerrianas?
—En ese sentido estuvo correctísima la aclaración etimológica que hizo
Hervé Le Corre: fábula, está íntimamente ligada con el verbo hablar. En consecuencia, si uno piensa la Geografía
de una fábula como una geografía del habla, entonces, ahí mi palabra
poética cobra un sentido dentro de la literatura entrerriana, en la cual yo
reconozco mis maestros vivos y los leídos. Yo he tratado de mantener un
lenguaje particular, propio de mi lugar, pero también propio mío. Es decir,
despojándome de lo que sería un castellano neutro, universitario, que lo tengo.
Soy cuaternario por la universidad, me ha tocado estudiar, dar clases, hacer
tesis, dar exámenes, etc., etc. Digamos, un castellano que es el usual, de
tránsito cotidiano. Pero, en el castellano que yo utilizo para escribir trato,
en primer lugar, que me pertenezca profundamente.
Tengo una expresión perdida que dice «yo quiero que a mis poemas se le
vean las enaguas de la tierra», es decir, que tengan una pequeña desprolijidad,
un desvío de la norma aséptica. Trato de que la perfección no sea tal que lleve
a lo gélido, sino que eso tenga el color del desvío, el error del desvío. En
esos errores, en esos desvíos de los errores y errores de los desvíos, es donde
a veces se produce un deslumbramiento de palabras. Si bien la metáfora es una
construcción de una comparación de similares, más compleja menos compleja, más
simple menos siempre, en definitiva es una construcción, una figura. A veces,
dos palabras juntas no llegan a constituir una frase, pero cambian el sentido.
Entonces, esa forma de percepción de la lengua no gramatical, que no significa
utilizar el sustantivo, el adjetivo o el verbo o los tiempos verbales, etc.,
no, no, no. Esto significa que las palabras se encuentran de un modo que
generan un sentido distinto. Es como si uno fuera fricando, raspando, corriendo
detrás de unas palabras que en algún momento llegan a una encrucijada y
alumbran. Todo eso es una tesis un poco barroca y sumamente caprichosa, por
cierto, pero es lo que siempre he practicado y es de donde salen ciertos hallazgos.
Esos hallazgos me llevan a una escritura de capas sobre capas. Es lo que decía
Sergio ‒Delgado‒, lo advirtió: una cosa profundamente intelectual o
profundamente literaria, queda cubierta debajo de un pastizal que son los
pastos de la Selva del Montiel.
Te invito a que hagas el
esfuerzo de objetivarte, de ponerte en medio de la mesa como poeta y analizar como
el Maf ensayista… Más allá de los centros consagratorios, como lo es Buenos
Aires, ¿qué queda en París para la historia de la poesía de Entre Ríos, luego
de una semana donde se habló de Borges, por ejemplo, se leyeron poesías, se
presentó una película?
—Yo creo que la llegada y la recepción de determinadas personas, de lo
cual he sido testigo, profesores, gente culta, escritores, traductores de otras
lenguas. Ese hecho de confrontar en un mismo sitio, en un mismo lugar, esa otra
palabra y que sea recibida con agrado y sorpresa con que ha sido recibida,
quiere decir que esa palabra..., que tampoco es mía, mía es la búsqueda, no el
hallazgo, el hallazgo ya venía. Creo que todo eso tiene buena salud y le hace
bien a la literatura entrerriana.
Confrontarse en otras latitudes, con otros discursos, sonoridades,
lenguas, es decir, confrontar en el sentido de exponerse y no oponerse. Pienso
que esas lecturas, esas conversaciones que hemos hecho, tengan esas
repercusiones. Para mí es afirmación, una autoafirmación en la calidad de lo
que vengo haciendo, pero también es la calidad de lo que heredé. En ese
sentido, para mí, este viaje es iniciático, es salir de buenas a primeras,
romper la cáscara del huevo, a otros aires, a otras lenguas, a otras miradas,
otras concepciones.
En fin, me parece que es creer en el poder de la palabra que he heredado
y autoafirmarme en esa estima. Porque todo escritor está permanentemente en una
búsqueda, en una ansiedad, en una percepción de un vacío de algo que tiene que
venir. Yo he sentido esta vez en París que eso ha venido. Así como yo he
visitado París, creo que los oyentes de varias lenguas también me han visitado,
han visitado mi palabra, y eso ocurre pocas veces.
La contrapregunta es ¿qué te llevás?
Quizás es reciente la pregunta, porque está todo fresco.
—Sí, sí, porque todas estas cosas más que pensadas son rumiadas, es
decir, hay que esperar los procesos de la rumia. Pero sí, digo, me llevo la
alegría de haber visto funcionar a mi palabra. Puede ser de mayor o menor
calidad, complejidad, brillos, pero es una palabra que funciona y provoca una
sensación. Ese suspiro después de leer un poema, yo lo he visto en entrerrianos
en Entre Ríos, pero nunca lo había visto en París. Quiere decir que hay algo en
esa palabra castellana que, a oídos de otros, suena en el mismo tono de
sorpresa y de elevación.
En otras entrevistas ya lo has
dicho, que luego de tu trabajo de abogado, a las siete de la tarde te ponés a
trabajar en tu máquina, ya sea contestando un correo electrónico o revisando un
poema u otro texto… Ahora que estás fuera de tu casa, qué hacés luego de las
siete… ¿Se han ido escribiendo algunos poemas en la memoria, en alguna libreta?
—No, he ido anotando frases, instantes, para no perder esa idea, esa
sensación, esa música originaria. Dejándolas para volver al templo secreto,
doméstico, y poder desarrollarlas ahí sin las urgencias y las ansiedades de
estar viajando. Escribir acá, mientras el noventa y cinco por ciento del día
estoy escuchando la palabra francesa, es como estar escribiendo en el
extranjero, no por el sitio geográfico, sino de estar escribiendo en otro
sonido. Son expresiones e impresiones muy íntimas. Creo que eso me dificulta un
poco; yo necesito escuchar. Es como si escribiera música castellana.
Las ideas sí; ya anoté eso de «las gaviotas no olvidan» y otras
anotaciones para que no se me pierdan. Porque realmente se pierden. Eso de la
palabra cazada al vuelo es muy cierto; esa idea aparece y, si uno no la
registra, no la ata a la escritura, desaparece. No solo que desaparece, sino
que la recibe otro. Suele pasar: el poema que no lo escribiste hoy, quedate
tranquilo, en seis meses aparece escrito por otro.
Estás un poco a ciegas de lo
que está generando allá, por más que la tecnología haya hecho creer que se
acortan las distancias y los tiempos… Así como fue una incógnita con qué te
encontrarías acá, también lo es con qué te vas a encontrar allá.
—Lo dije con lo del premio Konex: debe recibirse como un premio a una
literatura, no a una persona, como un reconocimiento a una región, no a una
obra. Porque esa persona y esa obra son ese colectivo. Que sea recibida con la
gracia que debe recibirse algo que trasciende el mero individuo, la criatura
menesterosa y mortal. Tiene que haber algo más. Se va a decir, quizás, dentro
de cincuenta años, el primer Konex de Entre Ríos fue ganado por Miguel Ángel
Federik. Bueno, fantástico, cuando digan eso van a estar nombrando a un
entrerriano. Todo eso va a ser recordado como una alegría colectiva. Lo
importante es que eso sea percibido hoy como una alegría colectiva, porque esa
alegría alimenta el espíritu, la creación, ilumina, te da la claridad que es
muchas veces más importante que los placeres de la egolatría.
Le Corre y Maf conversando sobre las traducciones.
¿Qué sensación te da escuchar
tus poemas traducidos al francés?
—En primer lugar, mientras Hervé Le corre leía, venía haciendo una
trampa, que era recordar el texto en castellano y hacer una rapidísima
comparación con la traducción, que entendía o no entendía. A los tres segundos
me di cuenta de que era una trampa, y que lo que tenía que hacer era lisa y
llanamente abandonarme a la escucha. Cuando me abandoné a la escucha, ahí se
produjo una cosa mucho más importante, que es una cosa que yo valoro muchísimo
en las traducciones.
En la traducción de Hervé yo sentía el traspasamiento de la música de
mis poemas, perfectamente trasladados, un semitono más arriba, un semitono más
abajo, una ligera variación propia de la lengua francesa, pero la entonación de
los versos, el respeto a la extensión musical de los versos, ya sean breves, ya
sean medios, ya sean largos, todas esas secuencias rítmicas, sonaban en la
traducción de Hervé. Lo más difícil es mantener ese ritmo.
Por lo demás, uno puede comprender el sentido integral del poema, pero
si uno lo va a traducir sin ser traductor, se puede hacer una traducción
literal. Va a transformar el poema en prosa, donde lo único que se traduce es
la figura intelectual. En la traducción de Hervé se ha mantenido una tesitura
rítmica que para mí es consustancial al sentido. Ahora, mantener esa
consustancialidad rítmica de un castellano particular que es de Villaguay y no
de Madrid, mantener esa rítmica en francés, creo que a un lector francés le
puede dar una sorpresa.
Sobre todo si tenemos en
cuenta que la épica en tus poemas está en el ritmo y no tanto, quizás, en la
temática.
— Sí, en el ritmo. A ver, si pensamos que el francés tiene un acento
fijo y el castellano un acento móvil, esa épica acentual que puede tener mi
escritura, ese canto hímnico, celebratorio, pero épico y no lírico, trasladarlo
al francés es una proeza de Hervé. En esa música de Hervé me reconocía.
La psicología dice que los
sueños pueden ser una continuación de la realidad y que la diferencia está en
el grado de intervención consciente de esta última… Todo eso para preguntarte,
aunque resulte banal, ¿alguna vez soñaste o pensaste dar una charla en Sorbona?
—No, para nada, es absolutamente inimaginable. Nunca lo pensé ni
siquiera como un deseo. Independientemente de tu intermediación terrenal, esto
es un regalo de la magia.
Pero del trabajo también. Creo
que la magia estuvo cuando, días antes de venir a París, nos enteramos de que
desde Buenos Aires te dieron el premio Konex. Allí estuvo el abracadabra.
—Sí, se produce un encadenamiento de sucesos justificatorios de lo que
ya estaba armado. Como si todo eso se armó, para que luego viniera esto y todo
el mundo supiera de esto y de esto otro. Todo eso fue muy rápido y no me he
dado cuenta de todo. Pero si sé que la concurrencia de muchos factores a la vez
tiene un nombre: buenaventura. Hay un regalo de los dioses, que lo recibo con
esa alegría y con ese mandato. Porque todo aquello que te es ofrecido, para
algo te lo están dando. Esto no es mistificación alguna. La experiencia
práctica de la vida ya me ha enseñado que, cuando me dieron demás, es porque
algo tenía que devolver. Sucede por esa razón y además hay que cumplirla.
Juanele siempre repetía ante los agradecimientos naturales, rituales,
que yo tenía con él. Juanele me decía: «no importa, no importa, pero
devuélvalo», como diciendo que todo lo que uno recibe en buena hora debe
restituirlo, transmitirlo, dejarlo a otros.
Quizás esa frase sea el
justificativo de haber tenido esta situación de entrevista… Te agradezco
nuevamente.
— No, te agradezco inmensamente a vos que has sido el verdadero artífice
de todos los actos, tanto en Sorbona como en Cervantes, donde además he tenido
la posibilidad de verte desenvolver con una gran soltura y respeto de los demás.
Cosa que si me lo contás es un dato, pero distinto es verte en el Cervantes y
cómo te tratan, verte en Sorbona y cómo te tratan. Además, ver el grupo de
amigos queridos e importantes que tenés y cómo te responden.
Porque, es decir, vos no has traído, en mí, a un «rockstar» conocido,
sino a un pobre muchacho que ha escrito durante muchos años, pero en definitiva
es un pobre muchacho. Pero con la frutilla del postre de haber ido a Radio
Francia Internacional, eso es absolutamente mágico. Algo habremos dicho, porque
esos miles de reproducciones necesitan de un boca en boca. Digamos, es alguien
que lo aconseja «ve esto», «ve esto», pues no entran miles de lectores a ver una
entrevista solitariamente, entran porque alguien les dijo. Hay una red que
mucho hace, en primer lugar el prestigio del medio y, por otro lado, la
sagacidad del entrevistador que te saca algo de valor, más allá de lo que uno
haya tenido pensado decir. Hay algo que descubre el entrevistador, pero que
además lo hace en la tesitura de un programa secuencial, donde la gente va a
verlo porque ahí siempre pasa algo. Tuvimos la suerte de estar ahí, en ese
momento.
Eso fue muy valioso y muy extraño. Si lo pensamos desde allá, es tan
extraño como haber subido a una cápsula y dar tres vueltas al mundo. Dar una
charla en Sorbona, en Cervantes, el libro, es como haber dado tres vueltas a la
tierra en una cápsula espacial.
La cápsula de la poesía.
Porque utilizando la metáfora de la cápsula, la poesía nos ha permitido, como
si fuera una especie de remedio, mantenernos cuidados de la realidad que nos ha
tocado. Está la realidad, en medio de una presidencia Argentina que ha
resentido las relaciones con España, y, sin embargo, seguimos.
—Seguimos y es una obligación que, los argentinos de bien en el mundo,
demos testimonio de cierta inteligencia, de cordura, de amistad con la belleza,
de creatividad, y, sobre todo, de respeto por los derechos humanos y los seres
humanos. Entiendo que lo que ha dicho el primer ministro español es correcto: a
veces hay cosas que dicen los presidentes que no representan a un país. Así lo
ha entendido, con lo cual la ofensa ha sido reducida a una persona, que no nos
representa. Los argentinos no somos esa grosería, esa mala educación, violenta.
Todos los calificativos que le podemos poner a una derecha reaccionaria, y
hasta nostálgica de una derecha asesina.
Porque la poesía, más allá de
las calificaciones, es ya sostener la palabra poética a pesar de…, ya es un
compromiso.
—Sí, sí, siempre, independientemente de la temática o la tesitura, el
solo hecho de tratar bien a la lengua y tratarla de una manera que está
destinada, para dialogar con el otro, para llegar al otro, para querer al otro,
para decirle al otro que lo estoy amando y estoy amando estas cosas a su manera
y para con él, es una manera de hacer patria, es una manera de hacernos ver.
Dar cuenta de eso es dar cuenta de una altura de un país, o, al menos, de las
aspiraciones de altura de un país. Lo contrario son los días lamentables que
está viviendo nuestro país. Lamentable en lo interno y vergonzoso desde el
exterior. No solo ofenden al prójimo de otros países, sino que nos ofenden a
los argentinos.
El día después
Después de varias horas de descanso, creo que todo lo soñado no basta
para igualar la realidad, porque la realidad le gana en consciencia al sueño.
Todo, y cómo lo puedo decir ahora que reescribo, no alcanza para hacer una
crónica. Ella, como subgénero literario, se basa en hechos ya sabidos… ¿Y quién
podría saber, si no hay noticias de todo lo que se genera entre registros de
audios, imágenes enviadas, de vidas compartidas en un hecho singular y
colectivo? Nada alcanza para representar lo representado.
En el barrio 13 estará para siempre la casa de Maf en París, como en
Balcarce y 9 de Julio en Villaguay, esa cueva no tan secreta. Por ambas he
pasado incontables veces, a sabiendas de que lo no cuantificable es lo más
importante y vivirá en anécdotas precisas. En ambas no faltaron los rituales:
Maf baja las escaleras, me acompaña hasta la puerta, nos damos las gracias,
unos abrazos y unos besos al aire.
Pienso que él vino de una manera y se fue de otra. Al menos esa es mi
experiencia personal sobre lo que él significa en este revelador viaje.
Alguna vez, en una entrevista formal titulé «a la sombra de…» y utilicé
una analogía de su currículo como un árbol, al cual ahora también se le suman
otros frutos. Sin embargo, ahora no sé cómo titular la integralidad de estas
notas (casi a cuatro manos), por eso pienso que es mejor tener una escucha
atenta y buscar en ella las palabras. De lo que sí estoy seguro, después de la experiencia,
es que de un maestro no solamente se aprende lo que él enseña, también se
aprehende de él sin la necesidad de ser observado y/o señalado.
La puerta, ahí, inmóvil, no es la misma, tampoco la escalera replegada
como una plegaria. Dos elementos, uno para entrar o salir; otro para subir o
bajar. Todo insignificante en apariencia… Dos comunicaciones diferentes, una
horizontal y otra vertical. Pero si ellas ya no son lo mismo, por qué yo
debería de serlo.
Mario Daniel Villagra
Francia. Verano de 2024
Corrección:
Diana Guerscovich