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Julio Cortazar y Arnaldo Calveyra, 1963 |
Estamos frente a una obra cúlmine. Es una cabal demostración del desarrollo de un ser
antes que de un escritor. Y quizás esa falta de preocupación fue lo que lo
mantuvo tranquilo en su senda, sin distracciones ni apuros para consagrarse como
uno de ellos. Sobre todo, es un libro sin falsos miramientos, pues desde un
principio él nos confiesa “los papeles escritos de viaje comienzan a ser falsos
una vez el viaje a terminado”, y por esa razón se convierte en una obra
esencial para comprender su obra.
Esencial
porque Calveyra (1929-2015) nos deja un testimonio de época; sensaciones humanas y pensamientos
políticos, charlas y cartas con amistades, poemas de un ser que confesó “yo me
había preparado con Carlos Mastronardi y en cierto momento surgió la necesidad
natural de buscar un lugar donde poder meterme en mis cosas” y así llegó por
primera vez a Paris … Pero ¿qué eran esas cosas? De todo: el lenguaje, la
poesía, la historia, todo aquello en lo que él ya estaba metido pues, como
confiesa, “a mi no me interesa una carrera literaria, me interesa un desarrollo
del ser”, y quizás esa fue la garantía para no salirse de sus “cosas”, y antes
de que apareciera este libro concretaría la edición de más de veinte ediciones
en español, francés (y ahora en inglés), entre poesía, dramaturgia, ensayos y
narrativa; descripciones que son las nuestras, no las de él pues sabemos lo él
opina: llegó tarde a la repartición de géneros.
De todas
maneras, es de celebrar la edición de Adriana Hidalgo –su amiga--; archivo
revisado por Calveyra y guardado bajo sobrecito de papel y bandita elástica,
antes de ser entregado al cuidado de Pablo Gianera. Son 284 páginas, divididas
en 7 capítulos, de una mirada “caleidoscópica” –palabra que aparece en varias
partes del libro— una señal, “la flecha de barro” que Calveyra nos deja para
seguir encontrando a ese ser que se hizo escritor, o que siempre lo fue, pero que
sus publicaciones maduraban antes de salir; Diario Frances no es la acepción,
más bien confirmación.
Entonces,
en “Diario Frances”, el lector podrá ver cabalmente “el
desarrollo del ser”, pues la obra condensa el tiempo (comenzada alrededor de sus treinta y finalizada en sus ochenta). Es decir, condensa su
propia trayectoria, su opinión sobre la poesía, sobre Francia, sobre Argentina,
sobre la política y otras variaciones en “movimientos hacia” y con una sola
ambición (su “mayor ambición”): “ser capaz de explicarle a alguien de mis pagos
que hay un lugar que se llama Paris, construido con todo el mundo, a la medida
del mundo; y que a él, hombre o mujer de Mansilla, esa ciudad le atañe mucho
más que a un becario prepotente”… De esa manera, como dicen en sus poesías
reunidas, “Calveyra sigue escribiendo”, y esta reseña no es más que una invitación
para que salgan en busca en sus letras su voz; en “Diario francés” encontrarán
un camino, como de piedras, pero de palabras que va poniendo Calveyra en el
“Caldo” de su escritura, pues “ningún signo se repite en un Caldo si esta bien
hecho. Por lo tanto, ninguna equivalencia con palabras; es lenguaje de
movimientos hacia”, hacia Arnaldo Calveyra por Calveyra mismo.