Luego del segundo día de la primera edición del coloquio, un
puñado de personas que florecieron como los lapachos de Paraná, dieron sus pareceres respecto a hechos, sucesos y personajes. Más
allá de la multiplicidad de soportes, el sostén por excelencia de las ideas,
fueron, nuevamente, las palabras.
Si bien la palabra, condición de revolución, tuvo supremacía
por sobre la imagen y lo audiovisual. Si bien la palabra es imagen en el
espacio y en el tiempo, y teniendo en cuanta que una imagen puede ser la
palabra misma, y que un trabajo audiovisual tiene un guión: representación
escrita de un video. Y ya se sabe de la relación entre las palabras video e idea, mediante esta especie de fonema
que es id.
Sin embargo, por fuera de ese auditorio, la vida de la
ciudad seguía su macha y corría a otro ritmo que nuestro horizonte fluvial. Sin
embargo, no hay un adentro y un afuera definitivamente conformado entre “el
adentro” de esa facultad y “el afuera”, que es sus sociedad.
Por fuera, la imagen que nos vendió el mundo por las redes
sociales, que también son armas de guerra, era la
de un niño muerto en el mar, que nos cubrió de agua la vida de todos. A la
vuelta, la casa gris permanecía negra, y
no de luto, pero sí hubo que lamentar heridos; en este caso se la policía, y no
de los manifestantes, que montados en tractores tiraron una osamenta de cabeza,
obviamente no del toro campeón. La justicia ya identificó al presunto agresor,
gracias a una imagen. Pero la violencia no es necesariamente lucha o pelea;
tampoco es agresividad, que la tenemos todos, como una madre leona gruñe a sus
cachorros, para que no la sigan, mientras aquella busca alimento, cuando eso conlleva
peligros. Sin embargo, no se nace con ese instinto en la
ciudad, no se nace con una autoconviencia de lo humano, de lo mejor y de
lo peor…
¿Qué nos depara la línea del horizonte que se traza entre lo
peor y lo mejor de lo humano?... la posible respuesta la encontraremos en el
bajofondo de cada uno de nosotros, que somos agua y que tenemos ese indicio de
existencia que es la poesía; porque en la poesía se guarda, como dijo Hector Agosti, “la
esperanza de un mundo mejor, donde la poesía vuelva a ser el pan cotidiano
compartido en la mesa limpia de todos”. Y eso estaba allí adentro del coloquio
del horizonte fluvial: la poesía.
Es en ese punto, donde se encuentra el adentro y el afuera,
como el choque de dos espadas, donde nace el brillo que alumbra hasta
encandilar; hasta que llegarnos a confundir entre qué de todo lo que escribimos
y decimos en la pura realidad, y que de nuestras realidades no es una mera
ficción. Es en ese punto, donde aparece un pariente del pueblo de Gaspar Benavento,
justo cuando quien escribe presentaba “Gaspar Benavento, un brote a la orilla
del río”.
Lógicamente, como las actividades del coloquio aún no han
finalizado, están líneas, quedadas en el camino entre la crónica y la opinión, adolecen
de un buen final. O, quizás, éstas sean las mejores palabras para dar una excusa
de un falso cronista y peor crítico, pero al que no se le podrá reprochar que
llegó el final del día sin ningún texto al cierre de esta edición.
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